Le dijimos adiós al mayo de madres, con 143 casos de violencia y desmanes en Sogamoso, y comenzamos el mes de junio: Día del padre. Aunque es cierto que no recibe tanta atención como la celebración de la madre, a veces esos rituales nos transportan directamente a la infancia y nos permiten inmortalizarlos en el rincón de la memoria, hasta que llegue el tan esperado ¡Despadre!
Hay lugares que recuerdo como plegarias: nuestra casa de los imprecisos años de upa. Aún conservo la máquina de escribir de mi papá y siento que lo veré: cuando íbamos a la Granada y comíamos barquillos con arequipe, paseábamos por los senderitos del parque de la villa, mientras el sol se ocultaba y el pueblo opulento empezaba a iluminarse a nuestro alrededor como en una fiesta. Éramos tan jóvenes: cuatro cepillos de dientes chicos y dos grandes, los de nuestros padres, quienes diariamente embetunaban los ocho zapatos Croydon del colegio, mientras daban color a nuestro futuro.
Cuando mi padre (Oscar Moreno Niño) falleció, yo tenía 20 años. Por las fotos deduzco que heredé el ceño fruncido más antipático pero eficaz, que oculta las escasas cejas que enmarcan nuestro rostro chibcha. Afortunadamente, esas largas pestañas de aguacero remedian la situación y protegen nuestros ojos color aguadepanela.
Crecí con un padre que fantaseaba con la política y había perdido mucho dinero. Él esperaba que yo lo recuperara, pero la realidad se comportó de manera diferente a lo esperado. Cuando solo me faltaba un año para terminar la carrera, decidí abandonarla para dedicarme al periodismo. Durante muchos años, la familia lamentó esa decisión, hasta que se acostumbraron a la idea de que no había mucho que esperar de mi parte.
¿Cómo no admirar al padre que se desvivió por ofrecerle a su única hija toda la felicidad del mundo? Su recuerdo me persigue con la fe intacta, como cómplice de mis amaneceres. Él ha vivido con una enfermedad que lo ha afectado durante años, pero sigue luchando contra ella a diario con una pasión que le permite salir victorioso una y otra vez. Él es el paciente que dice: "Esto que nos sucede tendrá al final una enmienda". Me refugio en su voz y lo acompaño como su sombra, disfrutando de cada lugar por donde caminamos. Dándole las pinceladas a esta generación.
ESCRITO AL MARGEN: Con la misma frialdad con la que los buitres observan a los moribundos, el alcalde verde contempla lo que queda de tiempo y patrimonio público, tercerizando y dejando endeudadas a las futuras generaciones. Seguro que esas inocentes criaturitas, que aún no han nacido, rendirán homenaje a los exalcaldes del siglo, derramando sus lágrimas sobre las flores de sus placas
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