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Palabras arrieras …


Lo que son las cosas… Al tatarabuelo Teófilo Moreno, jamás se le hubiera pasado por la cabeza, que en su decendencia le saldría una tataranieta, por las estancias del periodismo, y que siendo él, un arriero por los caminos montañosos de Gameza, un transportador de papa hacia Bogotá, cuando se echaban 48 días a pie de mula, y otros tantos para el retorno a ese pueblo frío, largo y vació, que como diría el siervo sin tierra_ Donde se morían de tristeza las pulgas. Hoy exista una avenida con su apellido y el mío.


Ya lo puedo imaginar, un alma de 55 kilos, bajo tres grados centígrados espantando el frio, con su atuendo de ruana pesada, calzoncillo de franela hasta el tobillo de orinar, las cotizas tropezando entre piedras, utilizando el vocablo ‘Arre’, y en un entorno donde era el rico del pueblo; dicen que era el único que tenía un reloj invisible que emitía un tic-tac al termino de una cadena de oro. Y aquel misterio de lo invisible dejó boquiabierta a la tatarabuela, quien le concedió con una frialdad pavorosa la supervivencia de su estirpe.


Por si les resulta de utilidad, les copio la opinión de la crónica, tal cual fue sintetizada por una casamentera de la época: Para las señoritas era el matrimonio, o el convento, y para las mujeres del pueblo como lo fue la tatarabuela _ El relajito se daba con el baile agarrado y a brincos como soltando a las bestias, como se vive la paradoja de escribir, caminado y arriando las palabras.


Basta con echar un vistazo de lo que hubo antes, para que nos entren las ganas de tentar al a zar, pero como no se tienen las dotes adivinatorias, uno se imagina, que los tatarabuelos fueron los arrieros de la patria, y que debieron tener una neurona de más, porque escribieron y dejaron el servicio ciudadano instalado en el patio de su casa.


Rehaciendo esa historia por mi cuenta, creo que el Teófilo caminó mucho para que su genética llegará hasta aquí, que sus genes son mi mayor encargo: Escribir para no morir, y así las palabras se las devore el silencio, ellas son el único testimonio de nuestra resistencia.



ESCRITO AL MARGEN:


Este epígrafe que siempre publicó en complicidad con mis entusiastas lectores, y que parece causar escozor a muy pocos, bueno yo diría que a casi nadie, por razones sentimentales se lo dedicaré hoy a la parentela, tan preocupada por mi inventario de opiniones, y les digo que por si acaso, se enloquecen los planetas y ¡chao perro mundo! Deben saber que todos mis bienes están guardados en la nube, y que todos mis males reposan en los archivos de mi médico, El buena vida


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